Érase una vez un flaco citadino, que para su dicha encontró una aplicación llamada iWish. Un único deseo le fue concedido tras ejecutar la aplicación. Como buen hombre de ciudad, analizó todas la posibilidades, consecuencias y beneficios; dos meses tardó en decidirse. Tras la larga espera, tuvo que actualizar la aplicación y bajar parches, pues en el interín, el programa había cambiado el idioma de su interface del inglés al alemán. Finalmente, tipeó en absoluta monotonía lo siguiente: "infinite stock of 'me' + full equipped weaponry". El programa se colgó y el flaco volvió a intentar. Nuevamente, la aplicación puso trabas: "Specify 'me'.", pidió. Fastidiado, el hombre cambió 'me' por 'myself'. Esta vez el programa respondió, mas el flaco no lo supo hasta abrir su armario, no sin antes intentar unas siete veces más, intentos tras los cuales el programa clamaba "Your trial has expired. Purchase your product at www.wishone.com".
Inmediatamente tras abrir la puerta, una réplica exacta de él, de mirada vacía y expresión neutral, se asomó. El sujeto original procedió a examinarlo. Llevaba una camiseta de fondo azul opaco con la leyenda 'Trial version', en gris y fuente Arial, y debajo una pequeña oración en la que se leía 'Only one copy'. Efectivamente, tras cerrar y abrir nuevamente la puerta del armario, ninguno más apareció. La pared trasera del armario, ya no era tal, sino una suerte de armería super equipada. El flaco sonrió satisfecho.
Al día siguiente, llegando al mediodía se sentó a escribir, y como era costumbre en esos días, no le surgió nada. Quiso dibujar, y el mamarracho se burló de él. Luego pasó una hora sentado, pensando y recordando oportunidades perdidas. Cuando se sintió listo, abrió el armario, dejó pasar a su réplica y entró él mismo, a recoger una de las armas de la armería. Optó por una maza pesada con cabeza de hierro. Se paró frente a su réplica, quien lo miraba con suma tranquilidad. Levantó la maza y dejó caer todo su peso sobre el cráneo de la réplica, rompiéndolo en mi pedazos. Como era una versión de prueba, no corrió ni una sola gota de sangre. Pero daba igual, a partir de ese momento su vida sería mucho más llevadera. El flaco sonrió, y se sentó a escribir.
Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera
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