martes, 11 de agosto de 2015

"Seis lunas y un sol de piedra" - La creación - (Transmisión ancestral)


          Año 2008


       El cansancio y el agotamiento me sofocaban. Párpados de plomo, mis huesos como vigas, mi antiguo peso transformado en toneladas; los sentía, y podía sostenerlos, era insoportable. Finalmente me rendí, decidí que no quería aguantar más, y olvidé para siempre la razón de mi agotamiento, dejando caer todo el inmenso peso de mi cuerpo sobre una superficie que, ya irreal, se derrumbaba, incapaz de soportar tal presión. Sentía cómo iba destrozando las superficies de pisos inferiores, aquellos de una torre o edificio en el cual yo nunca había existido. Sentí acero, sentí piedra, sentí vidrio, y cada golpe ablandaba mis extremidades de acero, de piedra, de vidrio, hasta que mi cuerpo era solo una intuición, una duda, al igual que el suelo que amortiguaba mis golpes. Y dejé de caer. Algo en mi interior me decía que había dejado de caer, pero no quería averiguarlo, lo sabía, aunque ya no sintiese nada.
       Perezosamente entreabrí los ojos, ya dóciles y livianos, para conocer mi mundo. De inmediato debí cerrarlos para protegerlos del sol que me encandilaba. Aun así podía ver el paisaje en penumbras, como si el sol fuese un adorno en el cielo, sin la capacidad de iluminarlo. Sólo algunos faroles dispersos irregularmente por el terreno iluminaban una pequeña porción del entorno. Decidí no cuestionar mi imaginación. Me levanté sin esfuerzo del suelo, aún con los ojos cerrados, y, después de una pausa, respiré profundamente. Era como estar junto al mar. Una brisa pacífica acarició mi interior, lo repuso, lo curó; una sensación que ni en la más absoluta realidad hubiera disfrutado. Me estaba dando a mí mismo una bienvenida.

       Me mantuve parado en ese sitio un largo tiempo, o mejor dicho, ¿me mantuve parado en ese sitio un largo tiempo? No lo sé; pero durante ese “tiempo” me dispuse a contemplar el paisaje a través de mis ojos cerrados. Contemplé el cielo, oscuro alrededor del sol y de un color amarillento en el horizonte, a veces anaranjado o incluso plateado, adornado por lo que parecían pequeños cortes de luz o resquebrajamientos que le daban una apariencia frágil, inestable. Y al observar con más detenimiento me di cuenta de que todo en ese lugar tenía ese aspecto o matiz de inseguridad en su diseño, como aquel de alguien a quien le duele finalizar su trabajo. Eso es, parecía incompleto, como en borrador; pero era muy bello, era simple y a la vez extraño, único.

       Aún así un pequeño pedestal de piedra captó mi atención como por la fuerza. De hecho, era imposible que pasara inadvertido: a diferencia del resto del entorno, este objeto parecía existir con especial empeño, parecía más real y más sólido que cualquier otra cosa; así también era el objeto que sostenía. Un reloj, al parecer de hierro, con agujas de piedra, se mantenía estático, inamovible sobre el pedestal. Me acerqué para contemplarlo mejor, ya con mis ojos abiertos, pero sin recordar en qué momento los había abierto. Era increíblemente bello, y poseía una seguridad en su figura que lo hacía imponente. No quería tocarlo, me atemorizaba, me parecía enorme, descomunal; pero mi mano ya se dirigía hacia el reloj.

       Mientras mi mano avanzaba involuntariamente, con una lentitud insoportable, yo, por mi parte, advertí orto detalle: el reloj no indicaba las horas ni los minutos, sino los días y las noches.

       La noche del séptimo día, cuando ya casi tocaba el gigantesco reloj, yo abrí los ojos nuevamente y fui separado de mi mundo por la fuerza.



       Me encontré tendido en el suelo de una casa. Mi mano extendida aun ansiaba alcanzar el ya irreal objeto. Pero a pesar de la desilusión me sentía fresco y ligero. Me sentía tan bien que no me importó el hecho de levantarme y no tener la menor idea de dónde estaba; pero simulando lo contrario, e impulsado por un hambre abrasadora que debía saciar, me entregué a mis necesidades.

       Salí de la habitación en la que me encontraba a través de un umbral sin puerta, crucé un pasillo de paredes corroídas o empapelados rasgados, bajé unas escaleras de algún material desconocido y escalones irregulares, entré por error a un baño con un vidrio por espejo, y finalmente llegué a la cocina donde, colgado en la pared, aguardaba mi reloj de hierro, de agujas de piedra, que cada semana y periódicamente, ya sea sobre la fuente, la estatua o la torre que lo sostiene, me indica que un nuevo despertar debe corromper mi cordura; y aunque sé que las cosas que haga o escriba permanecerán únicamente en la realidad en que fueron creadas, ya hace varias semanas que el reloj comenzó a darme la hora.


Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera
Quiero volver
Volar
Quiero sentir
Pensar

lunes, 7 de enero de 2013

Las copas

...CUENTO RÁPIDO

       Lino amó abrir los ojos aquella mañana y ver que su hermano ya se había llevado el cuerpo de su marido, mas no las copas ni la llave del depósito. Irónico final para un amante del vino. Se desperezó y rápidamente se acercó al baño. Muy bien, estaba limpio. Ya más tranquila, bajó con cuidado las escaleras, sujetando firmemente la baranda. Abajo, lo encontró sentado en el sillón, visiblemente agotado, tapándose la cara con una mano mientras se apoyaba en el brazo del asiento. Lino se rió, se le acercó y le acarició el hombro. "¿Te sentís bien?", preguntó la mujer. "El estómago me está matando", respondió, sin poder reprimir una expresión de asco. "Ese último vino...", agregó el hombre, sacudiendo el dedo índice. "Ese último vino era de caja", señaló acusador. "Tu hermano es un hijo de puta."



Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera
03/01/2013

viernes, 4 de enero de 2013

En su celda

Este pueblito en el que vivimos
mece una hamaca de noches
reza en paz la cuna dormida.
Hierve el silencio, ahuyenta a la gente.

Este pueblito en el que vivimos
lame una bota de sangre,
nacen agujas del hierro
           (el plato vacío)

Apresura el paso
la roca maldita.
El fuego en la boca,
y las manos, frías.

           Estandarte de un caserón.
           Solo en la penubra, dios.
           Permanente, detenido.
           La esperanza en un vaso devino.

Este pueblito en el que vivimos,
que es la tierra de la Tierra,
vuelca en su gente la piedra
que parte las puertas.



Y el sol, ya no nuestro,
irrumpe. Quema a los niños,
a las bocas, a los vecinos.
Y el verso, en llamarada, advierte en prosa;

            Que la celda ya está hecha,
            y que una vez adentro
            cierne el Sol las sombras
            de las luces incompletas.

                       Si el viento ya no vuelve
                       A ver la cara de la gente.

                       Si, escondido con ella,
                       la mira frente a frente.

            Las casas junto al camino serán la noche,
            pues los viajeros levantan polvo,
            y sin celeste para este blanco
a la cuna la mece el fuego,
a la hamaca la mece nadie,
y al Sol lo codician todos.


Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera
29/12/2012

domingo, 30 de septiembre de 2012

Tu visión


Le construíste la jaulita con alambres azules;

arrancaste hojas y ramitas,


e hiciste llover tierra sobre el cielo entreverado.


Y te quedaron plumas de otras aves entre los dedos.


Llevaste al extremo tu visión, día y noche, águila y lechuza, rapaz, traidor.


Tomaste agua del mar, la hiciste llover sobre un canal, angosto como un cabello.


Tomaste alimento de las playas, y cuando el reloj gritaba alimentabas mi mundo con un pulgar.


Tengo hambre de hijo, y el deseo prohibido de amar.


Yo, el que está encerrado, ni sabe por qué lo merece.



sábado, 17 de marzo de 2012

Sobre Dulcinea (Carta)


     Te contaré sobre una vieja carta que perdí. Y me dirás, amigo mío, que es una historia repetida hasta el mismísimo hartazgo; me reprocharás el hecho de haberte mandado infinidad de cartas que hablan sobre cartas. Pero esta es diferente. Y permíteme corregirme, pues te he mentido al decir que se perdió. Es que perder implica impotencia ante un hecho involuntario, cuando a sabiendas este último escrito fue devorado por un fuego bien consciente, que en su gula consumió a todos los demás. Así es, amigo querido, todas las cartas se han ido, al fin, a ser ceniza.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Dueño de nada


Pensá que sos
Un elemento de estudio para todos los demás.
Pensá que pretendés
Controlar la situación.
Si sos mil personajes distintos
Que rascan la hoja, y ningún dibujante.

Y
te da placer pensar que jugás con ellos
Cuando tus miles de cuervos
Te manipulan a piachere
Y cada quien de afuera
Puede elegir tu cara,
Cuando vas a reír o ser sincero
O tal vez tratar de mirar con deseo
Y te malinterpretan al azar.

Dibujo de Manina Lara (¡¡muchísimas gracias!!)


D
ueño, dueño de nada,
Sos el cuerpo que transporta las mil caras.
Te dieron una espada, una almohada y un amigo.
Te dieron respuestas que después te quitaron.
Y en tu cuarto no hay una sola gota de sangre.

T
e dieron el poder de cambiar
De cambiar y no ser nadie.
El poder de escribir
En segunda persona.
Y aún siendo así,
Tal vez nunca, nunca cambies.



Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera

domingo, 25 de diciembre de 2011




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- Juro ser una oveja 
de tu rebaño, 
sin sombrero y sin corbata,
nunca de traje ni pastando
donde no me corresponda,
para luego dar mi lana
y hasta mi carne
por el bien del que me dices
que será un pasto más verde para todos.
Pero dime, encapuchado, que tengo una duda:
¿qué tiene que ver mi lana y mi carne con el pasto?
- Quién sabe.


Y se la llevó a rastras.




Escrito por Ezequiel F. L. Cabrera