martes, 28 de diciembre de 2010

"Anonimato" (cuento) - (Transmisión antigua)

 09 de diciembre de 2010

     Juan Gonzales no es de esos que se hacen notar. Bajo las interminables mareas de la sociedad él se deja arrastrar. Se deja llevar por esa corriente de caras ausentes, de personas sin nombre, y nombres sin persona.
Juan se levanta a las 8 de la mañana, desayuna con café y un par de tostadas, se viste adecuadamente, saluda a su esposa y a las 9 en punto sale de su casa. Maletín en mano, camina a paso constante hasta la parada de colectivo más cercana. Espera aproximadamente diez minutos hasta que llega el transporte que lo dejará a tres cuadras de la oficina en la que trabaja ocho horas, seis días a la semana. Se sube, pide 1,25 y si tiene suerte viaja sentado.

     Quizá haya sido el sol, que aquella mañana miraba hacia otro lado; o simplemente el viento, que cansado de viajar en una dirección determinada se detuvo y comenzó a correr en círculos, riendo como un idiota. Sea cual haya sido la razón, hoy Juan había escogido un nombre más interesante.
     -¿Pero quién dice que las escaleras se suben de frente?- Preguntó exaltado, esa misma mañana a su esposa, sólo a minutos de haberse levantado. *¡TAK!*, el sonido de la tostadora saltando. Poco le importaba que el pan no estuviera tostado.
     Se produjo un silencio. La mujer puso los panes sin tostar encima de la mesa, en la canastita de siempre. El agua hirvió a aproximadamente 95°C; de más está decir que ellos jamás repararon en este hecho. O tal vez, ese día, para ellos el agua debía hervir a 95°C, ¿quién sabe?
     -Nuestro sentido de practicidad, amor.- Respondió inmutable la mujer, quien le dirigió una sonrisa cómplice antes de seguir preparando el desayuno. Juan frunció el seño, más sorprendido que indignado. Pero entonces comprendió... Cinco minutos se pasó mirando el perfil de su mujer, advirtiendo cómo la monotonía de sus acciones desfiguraban su ser, y aquello que él tanto amaba.
   Observó el pan sin tostar encima de la mesa. Miró a su mujer. De vuelta el pan. Partes de ese mismo pancito quedaron desgranados en la nuca de su esposa, consecuencia del impacto.

     Juan no miró el reloj al salir de su casa. *¡¿Quién dice que las escaleras se suben de frente?!* Recordó sonriendo. Eso le gritó su esposa, su amante de camisa recientemente abotonada, mientras caminaba lejos de su hogar.
     Una vez en la parada, tuvo que esperar entre 3 y 5 minutos a que llegue un colectivo que lo dejará a 6 cuadras de la oficina en la que lo reprenderían por llegar tarde, trabajando así 7 horas y un par de minutos, sin contar el trabajo extra para el lunes.


     Llegado el transporte, estando él ubicado más o menos en la mitad de la cola de pasajeros, se subió.

     Sorprendido, el chofer preguntó -Disculpe, ¿qué hace señor?
Juan lo miró, sonrió a la cara de la señora que tenía en frente (anterior a él en la cola), estrechó la atónita mano del chofer y lleno de orgullo, respondió:
     -Existo.


Escrito por Ezequiel F.L. Cabrera

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